

No nacemos especistas, pero nuestra cultura hace todo lo posible para formarnos especistas. La educación formal juega un rol importante en ello, en la medida de que los textos pedagógicos y literarios usados suelen reproducir el prejuicio especista.
Alejandro Ayala Polanco

Por Alejandro Ayala Polanco
Recientemente se ha cuestionado la inclusión del cuento «El niño más bueno del mundo y su gato estropajo» en la formación de estudiantes de 2° año básico. El cuento relata la historia de un niño que, en su afán de hacer buenas acciones, decide limpiar el auto de su papá, para lo cual utiliza a un gato como instrumento de limpieza. Si bien no se puede afirmar que el cuento haya sido creado para fomentar la violencia hacia los animales, sí resulta evidente que dicha violencia es presentada como algo humorístico a través de distintas situaciones en que el niño usa al gato.
Me ha parecido relevante destacar la polémica en torno a este texto, dado que su inclusión en nuestra educación formal acaba siendo una manifestación «evidente» de un prejuicio del cual la mayoría de la población aún no ha tomado conciencia y el cual está presente en una cantidad de textos escolares aún mayor.
Dicho prejuicio, denominado especismo antropocéntrico, es aquel que nos dice que los demás animales están en el mundo para ser usados por los humanos y que incluso tenemos el derecho a reírnos a costa de su sufrimiento.
La violencia del cuento se ha hecho «evidente» a una gran cantidad de personas porque su víctima es un gato, no obstante, la violencia hacia otras especies animales -como aquellos que son usados en granjas, zoológicos y circos- pasa desapercibida.
Esperemos que este cuestionamiento se extienda a todo contenido especista, de manera que la educación formal sea una instancia para construir una sociedad de respeto para todas y todos, sin importar nuestra raza, sexo o especie.